El fotógrafo de Dios
Publicado en MERCED, nº 4 —Cuaresma, 2022—
Me propuse profundizar en ese Undebé del Cielo que abraza desde el mismo suelo al religioso y al pagano, al que tiene fe y al escéptico; ahondar en esa Virgen, cáliz inmaculado apartado de las vanidades del mundo y, además, hacerlo con cierto halo poético. Pero la magnificencia de los textos dedicados por Juan Camúñez y Eloy Reina a los titulares de la corporación del Jueves Santo tambalearon mi primigenia idea.
Decidí entonces salir de casa de mis padres al que considero el patio delantero de la misma, a la Placita del Bacalao. Allí me paré. Junto a la casa del Señor, vigía de besos furtivos infantiles en el soportal del Banco Hispano-Americano y guardiana de largas noches de verano en la juventud en las que eternas conversaciones eran acompañadas, además de por el silencio, por el agradable runrún de las aguas subterráneas y algunas ondas que salían de las radios y transistores de las casas de Lomelino y Picamill, tras la disolución de la reunión estival de Caraballo con sus sillas en la acera. Allí, donde un poco antes Rosario y Manuel López Aparicio se habían asomado para dar las buenas noches a los vecinos y cerrar la puerta de la calle después de que Ángel Peña se aprovisionase en el quiosco verde de Marcial de una caja de tabaco Goya. Allí, pisando el escudo de Osuna formado por piedras en el suelo en el que jugábamos al tres en raya, recordé que estuve en Santo Domingo con «el fotógrafo de Dios».
No se dedica a la fotografía, pero sí es cierto que la ha amado desde su niñez. No posee la técnica ni los conocimientos más minuciosos. No tiene la mejor cámara del mercado. No ha presumido nunca de sus instantáneas.
A mí me enseñó a valorar las tradiciones de la Semana Santa de Osuna. Yo se las contaba y él me pedía por favor, cuando contábamos con menos de 15 años, que no las perdiésemos. Un sevillano sevillano, nacido en Triana, capillita capillita, cofrade cofrade, pidiéndome que luchase por la esencia de mi pueblo.
El día en el que el Gran Poder abandonaba su basílica para afrontar una misión en el año 2021, mi amigo Ignacio Fernández Barrionuevo-Pereña, antes de irse a El Corte Inglés a trabajar, madrugó para tener un buen sitio en la plaza de San Lorenzo y captar alguna instantánea con la que tal vez llevaba soñando meses.
Con el corazón encogido por no poder acompañarle hasta Tres Barrios durante todo el recorrido, cumplió con el refrán: «Primero la obligación y después la devoción.»
Recibí un mensaje suyo ese mismo día de WhatsApp en el que aparecía en un selfie con un cliente en su trabajo. Se trataba de José María Aguilar. Hablamos sobre el aprecio que le tengo y aproveché para contarle que en mi pueblo esa misma tarde, en un ejercicio chovinista, también salía a la calle una talla de Juan Mesa. A su vez, me mostró la intención de venir a la exposición de San José que se estaba celebrando en la Colegiata.
Minutos más tarde, una fotografía del Señor de Sevilla se hizo viral.Un amigo llamó a Ignacio por teléfono y le pidió que le diese la vuelta a la fotografía que esa misma mañana había realizado y subido a sus redes sociales.
Al voltearla, una nube que estaba encima de la imagen devocional mostraba una faz, que hasta Infovaticana calificó de «impresionante».
Las lágrimas recorrieron su cara y en su interior solo quería que el tiempo corriese para finalizar su jornada laboral y poder reencontrarse nuevamente con Él. Sus perfiles habían quedado colapsados.
«Creo que el Señor ha decidido entrar en todos los hogares del mundo. La hermandad por los 400 años del Señor del Gran Poder quería ir de misión a los barrios más necesitados de Sevilla (...) También a través de los medios de comunicación y las redes sociales, el Señor del Gran Poder ha entrado en todas las casas del mundo.»
Estas palabras son de Ignacio Fernández Barrionuevo-Pereña, el fotógrafo de Dios con el que jugué en la placita del Bacalao y con quien recé ante la imagen de Jesús Caído.
Álvaro REINA GARCÍA