Memoria viva
Publicado en MERCED, nº 3 —Septiembre, 2021—
Eran conversaciones interminables, o más bien monólogos porque nadie quería interrumpir esas vivencias contadas con tanto cariño y brillo en los ojos. Tantas veces las habíamos escuchado que nos situábamos en las escenas como si hubiéramos formado parte de ellas. Es difícil poner palabras a lo que nuestros abuelos sentían por su Hermandad y por su Virgen. Mejor dicho, por NUESTRA Hermandad y por NUESTRA Virgen.
Hace ya cinco años que nuestro abuelo Joaquín se presentó definitivamente ante el Señor y la Virgen, y poco más de un año que nuestra abuela Antonia lo acompañó.
Pasa el tiempo y cada vez quedan más lejos aquellos Jueves Santos en los que la casa se llenaba de gente y la mesa de comida para celebrar en familia el día más importante del año para nosotros. Se respiraba alegría, entusiasmo e ilusión, entremezclados con el olor de los huesitos de santo del abuelo que siempre llegaban recién hechos y eran nuestro mejor manjar. También se olían los nervios, que iban aumentando al probarnos las túnicas y ver que no nos quedaban bien, y los capirotes a unos les apretaban y a otros se les caían. Era siempre la abuela la que en un momento sacaba su máquina de coser y cogía dobladillos o hacía empalmes para que todo estuviera a punto. Los capirotes eran labor del abuelo, que con su magnífica destreza manual y su creatividad, no es que nos hiciera un apaño sino que nos hacía verdaderas obras de arte con un trozo de cartón, cartulina o lo que tuviera a mano, y así todos llevábamos nuestros capirotes perfectamente ajustados.
Se alejan en el recuerdo estos momentos, pero parece que al mismo tiempo se sellan a fuego en nuestro interior. Parece que ahora el Jueves Santo y nuestros días señalados los vivimos en fiesta interior. Lejos unos de otros, porque las circunstancias no nos han permitido otra cosa pero, quizás, más cerca que nunca. Desde el día que despedimos a nuestra abuela todos juntos en el panteón de la Hermandad no nos hemos podido volver a reunir primos, tíos, ni los bebés que están naciendo, pero nos basta mirar a la Virgen para sentirnos una familia unida.
Agradezco en nombre de toda mi familia el esfuerzo de tantos que continúan esta obra preciosa que es nuestra Hermandad, en la que tantos hombres y mujeres buenos durante más de 300 años han fraguado su fe y la han transmitido a los suyos. Esperamos ansiosos el día en que volvamos a ver a nuestra Virgen alzarse al cielo para que le lleve a nuestros abuelos todo el cariño que aquí les seguimos teniendo.
Angelines ARAÚZ PISÓN